La admiración y el encuentro con la verdad
La admiración es el principio u origen de la filosofía, sin ella el ejercicio filosófico sería estéril, ya que es con el asombro, el deleite, el deslumbramiento, el maravillarse, la fascinación y la pasión con que el ser humano empieza a interrogarse por su entorno, por el origen de las cosas, por el inicio de su vida. Escribe Platón en su diálogo Teeteto: "El admirarse es un sentimiento propio del filósofo, y la filosofía no tiene otro origen que la admiración"

El querer saber las causas del asombro, el querer ir más allá, obedece a una razón y es que la admiración guarda relación con la ignorancia, con el deseo de superar ese estado de desconocimiento. El ser humano en su devenir cotidiano se esfuerza por escudriñar la causa o las causas que habrán de soportarle el hecho del que se asombra. La filosofía utiliza la plataforma que crea el asombro para ahondar en las causas de las cosas, en los principios, con la firme convicción de que podemos librarnos de la ignorancia o, solo para satisfacer el infinito deseo de saber. El ir apartándonos del desconocimiento de las cosas no es tarea sencilla, exige toda una vida de entrega, de investigación, de admiración.
Ahora podemos comprender aquel aserto del viejo maestro Sócrates: "Yo sólo sé que nada sé" y es que, frente al vasto mundo de conocimientos, nuestro saber no alcanza a ser ni siquiera un ápice de todo lo que hay por identificar, es mucho lo que nos falta por conocer, por aprender o mejor por comprender.
El ocio filosófico
El ocio es el "espacio en el que el hombre se encuentra consigo mismo, cuando asiente a su auténtico ser. La esencia de la pereza, en cambio, es la no coincidencia del hombre consigo mismo". Dicho de otra forma, una vida sin ocio, desde esta óptica, se vuelve vacía, hiperactiva y tediosa. Esto se ve con claridad cuando llega la época de vacaciones y no sabemos qué hacer con nuestra vida no laboral.
Según Aristóteles: "El ocio es el punto cardinal alrededor del cual gira todo".

Curiosamente, la palabra negociación proviene del latín negotium, que significa negación del ocio. Ese espacio de soledad y recogimiento en el que el hombre procura ensimismarse y reencontrarse, para salir de nuevo al mundo más pleno, intenso y consistente.
No hay nada más contraproducente para un negociador que su ausencia de ocio. Y en este sentido el origen etimológico de la palabra atenta contra su esencia profunda. Lejos de ser una máquina productiva de hacer, convencer y hablar, un gran negociador es alguien que forja relaciones de confianza gracias a mostrarse tal como es; sin aparentar ni procurar impresionar a los demás.